Felipe Suanes, magia e imaginación
Escribí esto en agosto de 2022 para un proyecto que buscaba exhibir el trabajo de mi amigo y colega, Felipe Suanes, quien nos dejó hace un año ya, el 10 de junio. Como suele pasar en los fondos concursables —espacio al que postulamos la idea con su familia, editor y colaboradores varios—, menudencias poco claras o argumentos débiles por parte de los evaluadores no nos permitieron obtener financiamiento. Por supuesto, la idea es que ese proyecto vea la luz de alguna manera. Mientras eso pasa, dejo una adaptación de ese texto con el que pretendí homenajear, antes que al ilustrador en sí, al vínculo en el que coincidimos:
Recuerdo su espalda encorvada sobre el mesón del instituto. Garabateaba no sé qué cosa en el cuaderno. Quizá fue un día de marzo, recién estrenado el siglo XXI, en una sala de clases donde entré con la angustia de llegar tarde en mi primer día. Es probable que hubiera un profesor. El lugar rebosaba de estudiantes recién salidos del cascarón.
Me senté en la silla de al lado. Quizá le pregunté algo. Lo recuerdo amable, condescendiente con mi ansiedad, incluso solidario. Acaso soltó una frase mordaz contra el entorno, contra la precariedad del mobiliario, contra el aspecto de ese hipotético profesor. Sí, tal vez fue un sarcasmo, de no ser así no habríamos congeniado. Miré su cuaderno con disimulo. Había bocetos de caras, gestos y miradas, estudios de manos empuñadas y abiertas, apuntes escritos a modo de apostillas entre los dibujos. Descubrí que su comentario sobre el entorno estaba resumido en esos trazos. Un momento frívolo puesto en papel, esquematizado y analizado, diseccionado en una blanca mesa de celulosa mediante un bisturí de grafito.
Pienso en esa mano conectada a esa cabeza y en el pequeño milagro que supone verter unos trazos con el afán de crear algo que desborde el mero registro de un momento intrascendente. Pienso en ese ingenio. Fue Julien de la Mettrie quien escribió «la imaginación es el alma» para destacar ese aspecto anecdótico de nuestra composición biológica[1]. Bajo esta idea infiero la relación entre la fugacidad de aquel impulso humano con su posible consecuencia en la posteridad. El bosquejo de una situación real o ficticia consideraría, fuera del simple empeño por mejorar la técnica, la elemental búsqueda por trascender que, en el caso de las artes y humanidades, se resume en publicar, sea una revista, un libro, una ilustración en redes sociales, etc. Respecto de esto mismo, Carl Sagan, al reflexionar acerca del libro en un famoso fragmento de su programa Cosmos, declaró:
Pero le das un vistazo y estás en la mente de otra persona […] un autor habla con claridad y en silencio dentro de tu cabeza […] Los libros rompen los grilletes del tiempo. Un libro es la prueba de que los humanos son capaces de hacer magia[2].
Un «libro», en tanto objeto que contiene parte de la mente de otro ser humano y que puedes hurgar, subrayar, destacar, representaría la materialización de un anhelo que busca mostrar algo a un otro desconocido, ahora o en el futuro. Dicho objeto, que aquí condiciono como representativo de cualquier publicación en sentido amplio, supone la existencia de un sujeto que pensó, trabajó y sudó en la tarea de construirlo. Sujeto y objeto mediados y cruzados por magia e imaginación. De esta manera entiendo las dos palabras con las que titulo este texto. Por lo mismo, en estas dos palabras sostengo aquella revelación de marzo.
Con el tiempo, por supuesto, nos hicimos amigos. Algunos meses después intentaríamos machacar las cadenas temporales con un artefacto aperiódico, rudimentario y periférico. En 2001 creamos un fanzine bautizado Katarsis. Alcanzó los siete números. Hasta nos entrevistaron en un modesto diario local. Con algo de sorna me hizo ver que la periodista publicó la nota sin firma: cómo se te ocurre que va a mancillar su carrera con estos granujas, me pareció oírle decir. Pasado el tiempo me invitó a elaborar un programa de transmisión en vivo por internet titulado Enemigo Interno (2014), pero fueron pocos episodios. Era difícil seguirle el ritmo, un poco por mi propia torpeza como por mi falta de tiempo. Luego, como suele pasar, nuestros caminos se distanciaron, aunque, como dijera Borges por ahí, la amistad no necesita frecuencia. A veces nos encontrábamos en la anual FIC, aproximadamente desde 2015, espacio que él disfrutaba sobremanera. Llegué a entender, por los años de cercanía, que detrás de toda la tenacidad puesta en su trabajo preexistía una demanda de grandeza que encaraba con cada idea y trazo.
Este libro [el que, espero, sea publicado] es una síntesis de esa labor extenuante, de aquella espalda encorvada sobre el escritorio durante horas, de manos agarrotadas, de pies entumecidos, todo piel, nervios, sangre y músculos dispuestos para fabricar un tipo de magia con papel y tinta, con perspectivas y achurados. Me atrevo a decir, en definitiva, que todas sus páginas colmadas de ilustraciones nos develan con claridad la imaginación de un artista excepcional.
[1] Peirano, Marta y Sonia Bueno Gómez-Tejedor (eds.), El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres, Impedimenta, 2009, p. 60.
[2] Sagan, Carl, “The Persistence of Memory”, Cosmos, episodio 11 (7 de diciembre de 1980), 41:55–42:31. Recuperado de https://www.organism.earth/library/document/cosmos-11 [fecha de consulta: 20 de agosto de 2022].